Terminó el mes de agosto. Todos, o casi todos los que hemos estado en el pueblo volvemos a nuestros quehaceres cotidianos en nuestros lugares de residencia con la idea fija de volver muy pronto al pueblo donde tan buenos momentos pasamos. Es el momento de la nostalgia.
Leía hace poco una entrada en el blog de Ainara sobre la nostalgia de dejar el pueblo después del verano cuando eramos niños. Es imposible describirlo mejor. Este es el enlace a esa entrada.
En la actualidad, los que vamos cumpliendo años, vemos ese fin del verano de otra manera, pero aun así la nostalgia se apodera de nosotros y es una invitada habitual en los primeros días de la vuelta de vacaciones. Y vivimos la nostalgia del pueblo en las sensaciones de nuestros hijos. Recordamos la época en la que nosotros eramos como ellos, y aunque el pueblo ha cambiado mucho, y los peligros en forma de coches que están por todos lados ahora, y antes no había casi ninguno, son patentes, vemos como las horas no existen para ellos, vemos la libertad que supone salir de casa por la mañana y ya veremos a que hora volvemos. Es recorrer cada rincón del pueblo sin mas preocupaciones que disfrutar. Para eso los pueblos son únicos, y El Cabaco, claro está, también.
Y hoy, que llueve en Salamanca, vuelvo al blog de Ainara y recuerdo el olor a tierra mojada de los finales de agosto, o, como ella dice, el impresionante cielo nocturno cabaqueño. Las noches y noches, ya adolescentes, contemplándolo desde la cuesta o la dehesa.
Si, la nostalgia se apodera de nosotros, pero eso es señal de querer al pueblo, y de querer volver cuanto antes y juntarse con los amigos de la infancia del pueblo, esos que ya tendrás para toda la vida.
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